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SE OYE VENIR LA LLUVIA
L
a casa de mi infancia es de barro del suelo a la teja,
y de maderas apenas descuajadas, que en otro tiempo obedecieron
hachas y azuelas en los cercanos bosques.
El gran filtro de piedra vierte en ella, tan grande,
su agua de fresca sombra.
Yo amo su silencio, que el fiel reloj del comedor vigila.
Me escondo en los muebles inmensos.
Abro la despensa para asustarme un poco
del tragaluz, que hace oscuros los rincones.
Corro aventuras inauditas cuando entro
en el huerto cerrado que me está prohibido.
En la penumbra de la tarde, que va cayendo lenta
sobre el mundo, el grillo del hogar canta de pronto,
y su estribillo triste riega en el aire quieto,
paz y sueño sabrosos.
Cuando venían las lluvias miraba los largos aguaceros
desde el ancho cajón de las ventanas.
Nunca huele a tierra tanto como esa tarde.
Se oye la lluvia primero en el aire venir como un gigante
que se demora, lento, se detiene y no llega,
y luego, están ahí sus pies sobre las hojas, tamborileando,
rápidos, mojando,
y lavando sus manos deprisa, tan deprisa, los árboles,
el césped, los arroyos,
los alambres, los techos, las canoas.
Pero también su llanto desolado,
su sinrazón de ser triste, su acabarse de pronto,
sin objeto ni adiós,
para siempre en mi infancia, para siempre.
Llueve en mi alma ahora, como entonces.
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Dispo-te lentamente, beijo a beijo.
Esse botão, esse colchete, aquela fita,
uma pequena fivela, uma ilhá diminuta,
a suavíssima seda que resvala, as rendas
em cuja nuvem crespa até dormito
moroso, prolongando o termo
do beijo, buscando as mais suaves
regiões, as profundas fontes. E de súbito
detenho-me
e olho-te nua, plena, bela, minha,
forma total que o amor criou no sonho,
estátua levantada por minhas mãos, meus beijos.
Poemas de Isaac Felipe Azofeifa, Costa Rica